“- Nachoooooo, hazme un “huequito”- Le susurro al oído metiéndome en su cama, son las 07:30 de la mañana, ¡hoy me ha sobrado tiempo.
– Mami, ¿Qué hora es? – Dice sin abrir aun los ojos.
– Pronto cariño, ¡como se nota que no está Sergio y no he tenido que despertarlo, ni ir detrás de él para que se vista! – Contesto con cierta melancolía.
– Mami – Dice incorporándose y señalando la cama de Sergio.
– Que mi amor – Este es el momento que aprovecho para apretujarlo contra mi.
– Echo de menos a Sergio, quiero que vuelva ya.”
Y solo hace un día que se ha ido de convivencia y todos los miembros de esta santa casa notamos que nos falta algo.
Y es que ayer por la tarde el silencio en casa era brutal, Nacho hacia tranquilamente sus deberes, yo aprovechaba para trabajar un rato, y Sergio…, Sergio estaría pasándoselo bomba con todos sus amigos.
Y la realidad es que no te das cuenta de lo que llena alguien hasta que no está, porque ayer no hubo gritos para que no se pelearan, gritos para que se centraran en sus deberes, gritos para que se ducharan, recogieran la ropa y dejaran de jugar, para que vinieran a cenar y sobre todo para dormir.
Y si, fue una tarde mucho más tranquila, mucho más silenciosa, mucho más… ¿aburrida? Y a pesar de desear prácticamente todas las tardes que la tranquilidad y el buen hacer reinen en mi casa, ayer y hoy he echado muchísimo de menos esas peleas entre hermanos que llenan la casa, aunque sea de gritos, he echado muchísimo de menos a mi primogénito.
Me acuerdo la primera vez que mis hijos se fueron de campamento, hace dos veranos. Mientras preparaba sus maletas, me embargaba la emoción de pensar que iba a pasar 13 días consecutivos a solas con mi marido, como recién casados, trabajando de día y …. de noche. Fantaseaba con esas tardes en la piscina de mi casa tomando el sol leyendo un buen libro, con la cervecita a mitad semana en la terraza del bar de la esquina, con un buen cine, una cena romántica, una escapada con amigos. No sé quién estaba más contento, si ellos o yo. Pase los días previos a su marcha, gastándoles bromas de todo lo que iba a hacer esos días, y ellos no paraban de decirme “nos vas a echar de menos muchísimo”, a lo que yo contestaba que, por supuesto que los echaría de menos, pero que yo también me iba de acampada, al campamento de “ Remember los 30 y tantos”.
Y llegó el gran día, ese en el que subieron al autobús con las maletas, la de Nacho era casi más grande que él.
Llego el momento de la despedida, y como mujer altamente sensible que soy, al decirles adiós a través del cristal del autobús tuve que reprimir las lagrimas para que no me vieran llorar, algo que hice nada mas me di la vuelta.
Tengo que decir en mi defensa, no solo que era la primera vez que se iban lejos, sino que Nacho era el más pequeño de todos los del cole, lo cual me inquietaba bastante. También tengo que decir que esos lloros se me fueron en seguida, nada mas me tome un café con mis amigas que también habían dejado marchar a sus hijos.
Pero, mis fantasías de disfrutar de 13 días sin niños se quedaron en eso, en una simple fantasía, porque tengo que confesar que no pude saborear ni uno de esos días sin hijos. La casa se me vino encima, el silencio me atrapó y me llevo a transitar desde la melancolía a la tristeza, pasando por el agobio, el aburrimiento e incluso la desesperación en algunos momentos.
Únicamente me preguntaba cómo podía sufrir sentimientos tan contradictorios, desear perderlos de vista durante un tiempo y solo pensar en sobre protegerlos. No entendía como hacia unos días necesitaba urgentemente un tiempo para mí, y ahora que podía disfrutarlo, me agobiaba un montón, ¿Tenia doble personalidad?
Menos mal, que solo fueron 13 días, y en cuanto volvieron, a las pocas horas ya estábamos una vez mas metidos cada uno es su rol, ellos en el de hermanos peleándose, y yo en el de madre desesperada “por favor parar de gritar”.
Y de todo se aprende, porque al año siguiente, volví a fantasear con esos 13 días, volví a verme tirada cual colilla en el sofá tragándome un capítulo detrás de otro de mis series favoritas, pero esta vez la fantasía si se hizo realidad, y pude disfrutar de esos días de descanso en el que el tan ansiado silencio reinó en mi casa.
Entonces, ¿Qué me pasa hoy que vuelvo a estar en modo “donde esta mi pequeño”? Y es que creo que siento una vez mas como mi primogénito se escapa de ese halo protector que había creado sobre él, sale de mi nido para empezar a vivir su vida, con sus amigos, con sus experiencias, con sus andanzas, una vida en la que yo ya no voy a ser lo más importante para él, y eso, pues la verdad es que, si no duele, por lo menos hace pupa.
Pero lo más importante es que me estoy dando cuenta de que “soltar a un hijo” es una de las tareas que mi rol de madre me exige, tan vital como haberle dado de comer cuando era un bebe, y que de todas las pruebas de amor incondicional que vaya a ofrecer a mis hijos, esta es la más importante, pero sobre todo la definitiva.