“- Mami, ya sé cómo se hacen los niños– Me dice Sergio una noche.
Os pongo en antecedentes, Sergio tenía 8 años y Nacho 6, estábamos los tres acostados en la cama. Yo al oír la afirmación empiezo a temblar.
– Si cariño, ¿y cómo se hacen?– Pregunto entre intrigada, ya que yo no le he hablado del tema aún y asustada por lo que me espera.
– Pues mira mama, el pene del papá se mete en la vagina de la mamá, y salen unos bichitos que parecen renacuajos y llegan hasta una bolita y se mete uno y se forma el bebé-Me explica todo orgulloso de sus conocimientos.
– Muy bien Sergio, efectivamente, es así– Respondo aliviada y pensando del marrón que me he librado– ¿ Y dónde lo has aprendido?- Sigo preguntando curiosa.
– En un libro que tiene Víctor (su mejor amigo) en su habitación– Responde sintiéndose mayor. Pero mama ¿eso se hace desnudo?- Dice indagando en el tema
– Si cariño– contesto tajantemente.
– ¿Y da gustito no?-Ay ay ay que la conversación empieza a tomar un cariz peligroso.
– Pues si cariño da gusto– Digo siguiendo mi filosofía de no mentir a los niños.
– Pues que asco– Responde poniendo caras.
– No cariño, no da asco, porque cuando lo haces con la intención de tener un bebe, lo haces con una persona a la que quieres mucho, y por eso no da asco– Digo yo esperando una vez más que finalice la conversación.
En ese momento, Nacho que había permanecido callado durante toda la conversación, nos dice a Sergio y a mí gritando a pleno pulmón.
– Si mama, y a eso se le llama follar– Dice todo orgulloso por su sabiduría.
Y ahora sí que si…..emoticono de sorpresa+ emoticono de no sé dónde meterme+ emoticono de donde habrá oído esto el enano petano+ emoticono de salgo corriendo+ emoticono de tierra trágame.
Y ole ole y ole la sinceridad y la naturalidad de los niños.
Y yo me vuelvo a preguntar cómo pueden pensar y actuar de distinta forma, si los estamos educando igual. Pero reflexionando un poco más sobre el tema, me doy cuenta de que eso es una gran mentira. No educamos igual a nuestros hijos, con unos somos más permisivos que con otros, con unos somos más exigentes que con otros. En mi caso con el mayor estuve más encima, observando cada movimiento que hacía, esforzándome cada día por ser la madre perfecta. Tenía mucha teoría y nada de práctica, y eso hacía que aplicara las reglas de educación con demasiada rigidez, como si fueran instrucciones exactas.
Con el segundo, estaba más relajada, confiaba más en mi misma, a eso se sumaba que tenía que repartir mi tiempo entre los dos, lo cual supuso una mayor libertad para el pequeño, una mayor estimulación también por parte de su hermano. Todo ello, sumado con el cansancio, las distintas etapas por las que he pasado y también, por qué no decirlo, mi distinta forma de pensar, ha hecho que su educación en muchas ocasiones sea completamente distinta, a pesar de estar inculcándole a los dos los mismos valores que me parecen importantes para desarrollarse como persona.
Y ahora con el tiempo sé que si tuviera otro hijo, no haría nada de lo que hice ni con el primero, siguiendo los manuales de educación como si fueran leyes, ni con el segundo, dejándome llevar por las circunstancias del momento. Ahora, si tuviera otro hijo, solo haría caso a mi instinto como madre, a mi ser interior que me dice lo que necesita en cada momento, porque quien decide que está bien y que está mal a la hora de educar a un hijo, el Dr. Estivill, diciéndome que lo deje llorar o el Dr. Carlos Gonzalez, diciéndome que me lo meta en la cama hasta la eternidad.
Creo que lo primero para educar a nuestros hijos es el sentido común, tener en cuenta distintos aspectos como su carácter, su sensibilidad, el papel que desempeña en la familia, su personalidad. Empezamos a educar a todos por igual, con la intención de ser lo más justos posible, pero con el tiempo nos damos cuenta de que lo que nos funciona con uno, nos perjudica con otro, de ahí la flexibilidad a la hora de tener estrategias diferentes para cada hijo y sobre todo he aprendido a educar desde el amor, y no desde el miedo, miedo al qué dirán, miedo al fracaso, miedo a no tener el hijo perfecto, a educar desde lo que él necesita, y no desde lo que yo quiero que sea, a pesar de que eso me origine frustración en muchos momentos y la duda de si lo estaré haciendo bien, pero entre estos momentos de incertidumbre, siempre surge una frase, un comportamiento que me hace pensar que en el fondo……….no lo estaré haciendo mal.
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Así que me propongo seguir siendo yo misma, seguir escuchando esa vocecita interior que la mayoría de las veces me dice que tengo que hacer, como tengo que actuar con mis hijos, no sentirme juzgada por lo que haga con ellos, no dejarme llevar por las expectativas que inconscientemente deposito en ellos, en definitiva educar desde el amor y no desde el miedo.