“- Venga niños, no querréis perder el autobús- Grito desde la puerta.
– Corre Sergio, por fin nos vamos de campamento– Grita Nachete eufórico.
– Ala…que ganas tenéis de perder de vista a vuestros padres– Resuena mi voz con tono victimista.
– Que nooooo mami– Dice Sergiete con la boca pequeña.
– Entonces ¿puedo ir con vosotros?- Digo yo sabiendo que ni loca me embarcaría en esa aventura.
. – No dices nada Sergio– Le digo mirándole a los ojos fijamente intuyendo que no me va a gustar la respuesta.
– No te ofendas mama, pero mejor quédate en casa, que ya me voy yo con mis amigos”.
Y es que entramos en la temida adolescencia, y no existen emoticonos suficientes para indicar mi estado de temor, miedo y pánico que tengo ante esta nueva etapa que comienza en nuestras vidas.
Y es que últimamente solo oigo frases como “Esto no ha hecho nada más que empezar” “Ahora nos viene lo peor”, “Pues no nos queda por sufrir”, que digo yo que con semejante actitud lo único que nos espera a las que tenemos hijos que comienzan esta etapa es pura frustración y amargura.
Porqué claro se habla mucho de cómo los niños pasan a ser adolescentes, de los cambios que se producen a nivel físico, psíquico y emocional, como aparece su necesidad de auto afirmarse, de autonomía, de independencia intelectual y emocional, pero poco se habla de la “Padrelescencia”, dícese de la etapa comprendida entre los 10 y los 19 años de los hijos en la que los padres experimentan cambios en sí mismos y en la relación con sus hijos adolescentes.
Y es que me acabo de convertir en “Madrelescente”: mujer entre X … y X … años, que se encuentra en un periodo de cambios a nivel físico, emocional, afectivo y que requiere apoyos y recursos psicológicos para afrontar los cambios que se producen en su hijo, para alcanzar y desarrollar un equilibrio entre comérselo a besos o mandarlo a paseo por un rato.
El otro día me dieron a elegir entre dos opciones ante esta nueva etapa: duelo o crisis.
Duelo: acabo de perder a mi chiquitín, mi rubito regordete que me recibía con una gran sonrisa cada vez que lo recogía del colegio, para convertirme en su mayor enemiga, esa que solo hace que repetirle lo que tiene o no tiene que hacer, eso sí, siempre por su bien, siendo relegada al último puesto de sus preferencias por debajo de sus amigos, de sus juegos de la play e incluso de su habitación, teniendo que escuchar la frase “que pesada eres mama” como lo más bonito que me va a decir a partir de ahora. Así que si, como “Madrelescente” estoy viviendo un duelo, el de mi pequeñín.
Crisis: acabo de pelearme con mi niño, mostrándome su inconformismo y su rebeldía, y es que para él todo es motivo de conflicto, su hermano va contra él, su padre va contra él, el colegio va contra él, y por su puesto yo voy contra él. Cualquier cosa, por pequeña que sea puede ser un gran drama en mi dulce hogar y todos fluctuamos en función de sus emociones. Por no decir que ante mis preguntas insistentes, siempre por su bien una vez más, obtengo únicamente los monosílabos “si” y “no” y a veces si le aprieto mucho también un “déjame mama”. Así que si, como “Madrelecente” estoy viviendo una profunda crisis de identidad en la que no se si soy la bruja piruja, o la madre comprensiva.
Y ante semejante panorama, una vez más solo me queda aceptar lo que se me viene encima y confiar en que sabré llevarlo lo mejor que pueda, porque va a ser mi actitud la que determine si lo que está por llegar es una comedia familiar o una película de terror.