“- Sergio, mi amor, el sábado tienes tu primer partido de baloncesto– Le digo con gran emoción cuando Sergio solamente tenía 5 añitos.
– No quiero ir mamá– Me dice con cara apenada.
– ¿Cómo que no?, ¿pero no te gusta el baloncesto?- Le respondo con extrañeza.
– Si mama, pero no quiero ir– Vuelve a repetir mirándome a los ojos.
– Perooo, no entiendo, Sergio, si tú siempre quieres ir a los entrenamientos– Le digo agachándome y poniéndome a su altura.
– Si mamá, pero no quiero ir a los partidos– Me dice haciendo pucheros.
– Bueno mi amor, pero alguna razón tendrás para no querer ir- Vuelvo a insistir.
Tras un largo rato de preguntas y respuestas que no me dicen nada, y con gran preocupación por descubrir el motivo, me dice:
– Mama, es que si voy y perdemos todos los de clase me van a echar la culpa a mí, porque yo no juego muy bien- Sentencia poniéndose a llorar.”
¿Dónde está el emoticono que exprese el corazón roto de una madre?. Y es que descubrir que tu hijo tiene la autoestima por los suelos con solo con 5 añitos, hace que te replantees muchas cosas, sobre todo, que le estamos diciendo a nuestros hijos que pueden estar mermando su autoestima.
Y ¿Qué es la autoestima? Según la RAE es “la valoración positiva de uno mismo”, lo cual no me parece una definición muy precisa, ya que se habla de autoestima “baja” o “alta”.
Para mí, la autoestima es la reputación que tenemos de nosotros mismos y la valoración subjetiva que nos hacemos, y esta autoestima procede del auto concepto que tengamos, que es la valoración “objetiva” de nosotros mismos. Y si es “objetiva”, es decir adecuada a la realidad, no puede ser, ni alta ni baja.
Por eso deberíamos aspirar a conseguir una autoestima ajustada, ni alta ya que eso se llamaría narcisismo, ni baja, porque sería depresión, sino ajustada a lo que realmente somos, a nuestra esencia como personas.
Y es que, en la primera etapa de nuestra vida, nuestra autoestima pasa por una fase de dependencia, dependemos de lo que nos digan de nosotros mismos nuestras figuras de referencia, que suelen ser nuestros padres y profesores, de ahí la importancia de saber cómo hablamos a nuestros hijos y que les decimos sobre ellos mismos. Nadie nace con la autoestima hecha, sino que la vamos formando a medida que vamos creciendo como personas, y la iremos formando, o bien de manera constructiva, o bien de manera destructiva, hasta que llegamos a ser independientes. Lo más importante es que esa autoestima nos generará emociones a lo largo de toda nuestra vida, emociones con las que nos enfrentaremos a todas las situaciones, bien en el ámbito familiar, bien en el ámbito profesional, social etc., y eso marcará nuestra manera de actuar.
La buena noticia es que la autoestima, no es algo fijo, inamovible, sino que puede ir ajustándose a lo que somos en realidad, fundamentalmente cambiando lo que pensamos y nos decimos en nuestro dialogo interno. Y es que a veces, las personas ni siquiera nos damos cuenta de que tenemos pensamientos tan negativos acerca de nosotros mismos. Pero una vez que tomamos consciencia y sepamos que la manera de pensar depende de nosotros podemos cambiarla. Y cambiar el modo de pensar acerca de ti mismo cambia la manera en que te sientes contigo.
Así que esta semana me propongo varias cosas: la primera es vigilar el lenguaje que tengo con mis hijos, utilizando aquellas palabras y calificativos que sean constructivos y que fomenten la creación de una visión positiva de ellos mismos. Y la segunda, es manejar mis críticas internas, concentrándome en aquello que está yendo bien, apuntando al esfuerzo más que a la perfección, pensando que los errores son oportunidades de aprendizaje, reconociendo lo que puedo y no puedo cambiar, recordándome que todos destacamos por cosas diferentes, probando nuevas cosas que conecten con mis talentos y sobre todo relajándome y divirtiéndome.