“- ¿Cuándo llega Rodrigo, mami?-Me pregunta Nacho por decimonovena vez.
– En un ratito, hijo, en un ratito– Respondo por decimonovena vez, una cada cinco minutos desde que hemos llegado al pueblo.
– Pero…¿cuánto es un ratito?– Insiste.
– Ay Nachete, no lo sé, cariño. Vete con la bici al principio de la calle a esperarlo- Le ánimo a que literalmente se vaya de casa
– Mamaaaa, ¿Cuándo dijiste que llegaba Rodrigo?-Grita Sergio desde la calle
– A mí me va a dar algo, como no venga ya. Por favor que aparezca que he venido a descansar- Digo yo tirándome de los pelos.
– Rodrigooooo-Oigo gritar a mis hijos- Ya estás aquí– Chillán abrazándose.”
Este es el momento en el que comienzan las vacaciones de Semana Santa y a mí se me plasma en la cara el emoticono feliz.
Y es que la llegada al pueblo es, además de tiempo de descanso, tiempo de reencuentros. De ver a aquellos amigos que conocemos desde hace años, incluso desde niños, y que vemos cada tres o cuatro meses, pero que cuando nos juntamos, parece como si no hubiera pasado el tiempo, como si fuera ayer la última paella de despedida que hicimos en el verano.
Podemos decir que los niños se conocen desde las barrigas de sus madres, y es que debe ser el aire del pueblo o la luna, pero la mayoría nos quedamos embarazadas en la misma época, y por supuesto debe ser el agua que a nuestros maridos le dieron de pequeños, que el sexo masculino gane por goleada al femenino. Y ahí, en el pueblo se juntan 11 niños y 2 niñas, pobrecitas las princesas, de edades comprendidas entre 11 y 6 años…que parecen la pandilla de “Verano Azul”, unos en bici y otros en patinete….yendo por las calles a toda velocidad, yendo de excursión por los alrededores de las casas, y haciendo de las suyas, de las que por supuesto algunas ni nos enteraremos.
Pero también nos juntamos los mayores, los que prácticamente han nacido allí, y las que por casamiento somos vecinas de adopción. Es tiempo de contar batallitas, siempre las mismas, y volvernos a reír como si fuera la primera vez que las hubiéramos oído, tiempo de recordar y rememorar aquellos acontecimientos que marcaron la adolescencia, y también tiempo de pedir al universo que nuestros hijos no hayan heredado ese punto de gamberro que parecía aflorar en nuestro pueblo.
Y creo que mis hijos el día de mañana, se reencontrarán con sus amigos, y con los hijos de sus amigos, y harán lo mismos que nosotros recordar… porque la infancia en los pueblos sigue oliendo a libertad, a travesuras, a rodillas peladas y grillos en botes, a cena de bocata en la calle y a partidos de fútbol en el “poli”, a excursiones al río y pipas en la acera…en definitiva la infancia en el pueblo sigue oliendo a felicidad.
Y, como lo prometido es deuda…está entrada te la dedico a ti, si a ti, que no quieres que te nombre, y te la dedico porque eres uno de mis reencuentros favoritos, porque cada vez que nos vemos tú abrazo me llena el corazón y el alma por su sinceridad, porque sé que siempre podremos contar contigo, porque siempre me haces reír y porque sé que aunque pase el tiempo nuestros reencuentros siempre serán iguales… de inmenso cariño.