“- Nachete mi amor ¿qué pasa? – Le digo al verlo llorar tras haber ensayado delante de mis hijos el discurso de presentación de mi página web.
–No se mami– Me contesta abrazándome
– Pero mi vida…. ¿es por la foto tuya que he puesto en la presentación? ¿no te gusta? – le digo con cariño.
– No mami, no es eso– Me dice mirándome con ternura.
– Entonces…estas triste– Sigo indagando.
– No mami, es que no sé porque lloro– Me vuelve a repetir.
– ¿Estas emocionado? – Insisto con las preguntas
-Si, mami– Contesta abrazándome nuevamente- Como que estoy feliz de que seas mi mami.
– O sea, que estas orgulloso de mi –Le digo, casi, casi poniéndome a llorar.
– ¡¡¡Eso es…¡¡¡ Es que no sabia porque lloraba, y era por eso.”
De como no existen las palabras para expresar lo que siento al observar como los niños son capaces de emocionarse y expresar su orgullo hacia nosotros, los padres.
Y es que si para nosotros los adultos es difícil en ocasiones identificar nuestras emociones imaginaros lo que tiene que ser para un niño. Yo que soy una llorona, recuerdo como en muchas ocasiones, y que decir tiene que aun me pasa, cuando lloro, me cuesta identificar él por qué, y si no que le pregunten a quien me conoce desde hace años: “Loreto, ¿Por qué lloras?”, me decía mi madre, “No sé”, contestaba yo el 90% de las veces.
Lo cierto es que las emociones nos acompañan allá donde vayamos, miedo, alegría, tristeza, ira, forman parte de nosotros, de nuestro día a día, y en muchas ocasiones, se entrelazan entre ellas y nos es difícil identificarlas.
Y escribiendo esta entrada he descubierto que incluso la incapacidad para identificar nuestras emociones puede llegar a convertirse en un trastorno: Alexitimia, termino que se acuño en 1972 por un psicólogo griego al descubrir cómo algunos de sus pacientes que tenían trastornos psicosomáticos mostraban dificultad para expresar sus emociones y esto se traducía en una rigidez corporal.
Y es que el identificar nuestras emociones nos ayuda a saber que es lo que nos sucede y que podemos hacer para cambiarlo, de ahí que sea tan importante ayudar a nuestros hijos a que aprendan a identificar sus estados emocionales. Saber lidiar con nuestras emociones es una cualidad propia de los líderes, tener capacidad para comprender, controlar, modificar y expresar emociones es una habilidad básica en nuestro día a día. Y para ello el primer paso es saber ponerles nombre, ya que esto nos permite tomar conciencia de la emoción que estoy sintiendo, y a partir de ahí gestionarla desde nuestro lado racional.
Pero esto que parece un ejercicio sencillo, no lo es tanto, ya que muchos de nosotros crecimos pensando que teníamos que reprimirlas, sobre todo aquellas que nos provocaban llanto, como la tristeza o la ira, y sobre todo hemos crecido sin saber expresarlas y ponerles nombre.
Así que me pregunto que podemos hacer para enseñar a nuestros hijos a identificar lo que les pasa, cuando ellos no saben ponerles nombre.
Lo primero que tendríamos que aprender los adultos es un vocabulario emocional amplio para poder enseñárselo a nuestros hijos y, si no, fijaros en la pregunta básica que hacemos cuando nos encontramos con alguien: ¿Hola que tal estas?, y la respuesta casi siembre se reduce a bien, mal o regular. Pero es verdad que estos adjetivos poco dicen de nuestro estado emocional, son vagos e imprecisos. Mejor seria tomarnos unos segundos para poder expresar con exactitud nuestro estado emocional.
Y en segundo lugar podríamos enseñarles a descubrir la intensidad que tiene esa emoción, saber identificarla en una escala del 1 al 10, lo cual los puede llevar a descubrir cómo les hace sentir. Cada emoción provoca un cambio en nuestro cuerpo, se acelera el pulso, aparece un nudo en el estómago, en la garganta… Esa intensidad se puede notar en nuestro cuerpo, y ahí es donde los niños mejor la pueden sentir. A partir de aquí, con un vocabulario adecuado, es más fácil ayudarles a que identifiquen que están sintiendo, y puedan expresarse con mayor facilidad.
Y todo esto, no solo lo podemos aplicar a los niños, sino que nos lo podemos aplicar nosotros, los adultos, por qué, en definitiva, somos el espejo de nuestros pequeños, y si no somos capaces nosotros de hacerlo, ellos tampoco lo serán.
Así que esta semana quiero proponeros que dejemos de ser analfabetos emocionales, y practiquemos la escucha en nosotros y en nuestros hijos, para poder ir adquiriendo esta habilidad que como bien dicen es propia de los lideres.
Así que…hagamos de nuestros hijos los lideres del futuro.