“- Déjame en paz, que me dejes– Grita Sergio.
– Déjame tú, que solo haces que fastidiarme– Responde Nacho.
– Eres tú el que no me deja en paz, egoísta– Ataca Sergiete, al que ya empieza a temblarle la vena en la garganta cuando se enfada.
– Si claro egoísta yo, tú sí que eres egoísta, eres un “truñasco”– Contrataca Nacho.
– “Truñascooooo”, ja ja ja– Empieza a reírse Sergio- ¿De dónde has sacado la palabra?.
– Me la he inventado– Responde su hermano emocionado- Es una mezcla de “truño” y de “asco”, mola ¿verdad?.
– Si, esta guay, es como “guarrano”– Otra palabra fruto de Nacho, mezcla de “guarro” y “marrano”.
– Siiiiii, ja ja ja, – Dice partiéndose de risa- Eres un “guarrano” y un “truñasco”– Insite- ¿Jugamos a la pelota?.
– Vale– Responde Sergio lanzándole la pelota por la que se estaban peleando hace treinta segundos.”
Este diálogo se podría titular “De como pasamos de la risa al llanto en cuestión de segundos”
Y es que una de las cosas que más me sorprenden de los niños es la facilidad que tienen de cambiar de emociones, de no quedarse enganchados al enfado, la tristeza, ni siquiera a la alegría, lo cual me parece admirable ya que yo soy todo lo contrario. Me admira esa capacidad que tienen de olvidar lo que ha pasado y comenzar de nuevo, cosa que a los adultos nos resulta más complicado.
Mi marido dice que soy rencorosa, cualidad de la que no me siento nada orgullosa pero que parece ser que demuestro cada vez que discuto con él. Pero creo que no se trata de rencor, sino de que me cuesta soltar la emoción o la situación que me la provoca, aun cuando sea de dolor o sufrimiento.
No me imagino a mi hijo Nacho dándole vueltas en el colegio, a la discusión que hemos tenido esta mañana a cerca de lo que se puede o no se puede desayunar, a pesar de que se ha enfadado mucho conmigo, y yo con él. Sin embargo la que creo que ha continuado enganchada al enfado, a la culpa por haberme enfadado, a la tristeza de haber podido herirle, he sido yo, porque seguro que a él, en cuanto ha cruzado la puerta del colegio ha decidido, aunque sea inconscientemente, no darle más vueltas al asunto.
¿Quién no se acuesta con un disgusto y se levanta con él? ¿Quién no se pelea y vive peleado con el mundo durante todo el día? ¿Por qué nos resulta tan complicado hacer borrón y cuenta nueva? Le seguimos dando vueltas y vueltas a una situación, lo cual no solo la engrandece, sino que creo que llega un momento que ya nada tiene que ver con lo que es, y entonces es cuando nuestra visión subjetiva de las cosas se convierte en “nuestra realidad”.
Así que esta semana voy a vivir como si fuera un niño, y no me voy a enganchar a mi emoción, sino que voy a observarla, a sentirla y a dejarla marchar, hacer borrón y comenzar de nuevo, y volver a observar otra distinta, la del momento presente, y no la del pasado o la del futuro, porque esas solo me llevan a un sitio: al lugar en donde yo dejo de ser yo.