“- ¿Sabes que te quiero?– Le digo a Sergio que sigue adormilado junto a mí.
– Mmmmmmmm– Contesta sin poder articular palabra.
– ¿Sabes que estoy orgullosa de que seas mi hijo?– Le susurro al oído estrujándole en mis brazos.
– Siiiiiiiiiiiii– Contesta desperezándose.
– ¿Y porque lo sabes?– Le pregunto intentando comenzar una conversación a solas, madre e hijo.
– Lo se mama, lo sé– Me contesta escuetamente queriendo zanjar el tema.
– ¿Y porque lo sabes? , y no me digas porque si, que te conozco– Insisto yo
– Porque eres mi madre, yo también te quiero y tú también lo sabes– Responde con sus ojos clavados en mi rostro.
– Siiii, aunque cuando te castigo sin jugar a la Play, entonces… no me quieres– Le digo mirándole con carita de pena.
– Si te quiero mama– Me dice todo serio y contundente- Pero te quiero enfadado.”
Toma, toma y toma, ya me ha vuelto a cerrar la boca y a zanjar la conversación con una frase de sabio, de esas que me traspasan el corazón y me hacen sentirme pequeñita a su lado.
Y es que últimamente me siento pequeñita en muchos aspectos de mi vida, es una de esas épocas en las que los sueños, que se transformaron en objetivos en una época de subidón, y que quedaron plasmados en una hoja de papel, los siento lejanos, difíciles y a días, diría que hasta inalcanzables.
Mis sueños, tanto personales como profesionales, eran deseos idealizados sin fecha de caducidad, fantaseaba con ellos antes de dormirme, y sentía la emoción que supondría vivir esa situación, pero no tenían una fecha de caducidad, no tenían una fecha en el calendario.
De tanto soñarlos pasaron a ser propósitos, no solo los imaginaba, sino que nació en mí una fuerza de voluntad para conseguirlos, tenía la motivación inicial suficiente para ir haciendo pequeñas acciones, pero por si solo eso no era suficiente.
Así que decidí convertir mis propósitos en metas, y las definí, tanto a nivel personal como familiar, físico y profesional. Las concrete para hacerlas lo más realistas posible, las especifique para que a mi cerebro le resultara más fácil buscar estrategias para conseguirlas. Las hice medibles, de tal forma que pudiese cuantificar los resultados. Las compartí con otras personas, para que me pudieran animar e incluso ayudar, y les puse fecha en el calendario, para no dormirme en los laureles, para tener que revisar su cumplimiento, para que no se quedaran una vez más en algo imaginario en mi cabeza.
Cumplí una a una las estrategias que me habían dado para empezar a forjar el camino… y a pesar de todo, de saber lo que quiero, de tener mis objetivos y planes claros, estoy en una fase en la que el desánimo ronda encima de mi cabeza, y parece que del blanco, se va pasando al gris y del gris al negro. Y yo me pregunto: ¿Solo me pasa a mí? ¿Soy la única que pienso que soy un desastre y que no lo voy a conseguir?¿Solo yo tengo la sensación de que no avanzo, que es una locura cambiar las cosas, que me planteo si no estaré equivocada. Muchas preguntas que planean sobre mí y que a días se instalan como piedras en el camino.
El otro día me dijeron que lo que necesitaban de mi era que no me diese por vencida en nada de lo que hiciera, y dentro de mi corazón, siento que eso es lo que yo necesito de mi misma, debo o más bien quiero tener entereza para vencer la tentación de tirar la toalla y no quedarme donde estoy.
Así que esta semana me propongo, comenzar de nuevo, a intentarlo una vez más. Me propongo no frustrarme por los errores cometidos, sino aprender de ellos. Fijarme en aquellas personas que sí que lo han conseguido, que no dejaron que nada las venciera, porque si ellas pudieron, yo también. Me propongo apoyarme en mi familia, en mis amigos, en todos aquellos que en algún momento me han animado a seguir en el camino. Me reto a hacer las cosas gradualmente, a tener paciencia, a hacer una acción cada día que me lleve a mi meta, pero fundamentalmente me propongo no dejar de creer en mi misma, no dejar de tener confianza en que lo voy a conseguir y no dejar de sentir que tengo mucho que ofrecer y también porque no, mucho que recibir.