“- Mamá no quiero cenar– Me dice Nacho devolviéndome el bocadillo sin tocar.
– Y eso, no tienes hambre- Respondo con extrañeza.
– No mami– Indica cogiéndome de la mano
– Pero cariño, come un poco, tienes que coger fuerzas para enfrentarte a tu gran público- Le digo mirando alrededor y viendo el polideportivo del pueblo lleno.
– No quiero, no puedo tragar nada– Declara con un tono de voz que denota intranquilidad.
– ¿Que pasa mi amor?– Pregunto con curiosidad, a este niño le pasa algo.
– Ay mami, es que estoy muyyyyy nervioso.”
Y es que mis hijos y sus amigos este verano por vez primera se han presentado al concurso de playback del pueblo. Y no solo eso, sino que, frente a todo pronóstico negativo ( estuvimos todo el tiempo diciéndoles que el primer premio se lo llevaban siempre el grupo de la reina de las fiestas y sus amigas) lo han ganado y han quedado los primeros.
Además de tenerlos super entretenidos durante semana y media porque no paraban de ensayar, habernos gastado todos los gigas de los móviles buscando canciones y escuchando las elegidas una y otra vez, ver el baile una y mil veces cada vez que añadían un paso nuevo, además de todo eso, hemos vivido sus ganas insaciables, sus risas incansables, su determinación e insistencia para que les saliera perfecto.
Y es que una vez más he aprendido lo que es querer algo de verdad, mis hijos y sus amigos me han demostrado que nadie puede hacerte desistir de tu propósito, que si de verdad quieres algo solo tienes que proponértelo, pero sobre todo, lo que me han vuelto a recordar es que cuando algo quieres desde el corazón, el trabajo se vuelve diversión, el esfuerzo en placer, las horas se convierten en minutos y la determinación en una gran virtud.
Durante las tardes de ensayos y ante las múltiples representaciones ante todos los miembros de las respectivas familias de los componentes del grupo “La pandilla”, nos escucharon decirles una y otra vez que no se hicieran ilusiones de ganar el primer premio, que el jurado lo componían las madres y padres de los niños autóctonos, que nosotros éramos turistas ( los padres aún recuerdan sus pequeñas rencillas con ” los del pueblo”), que lo importante era participar y pasárselo bien.
Pero a pesar de todos estos mensajes, que decíamos por su bien, para evitar desilusiones, y que ahora escribiendo me doy cuenta de que no eran muy positivos (tomar conciencia es lo importante para no volver a caer en actitudes negativas), ellos no perdieron nunca la esperanza, vivían con emoción cada ensayo, cada representación, mejorando día a día su coreografía, su actitud ante el público.
Y cuando salieron al escenario… lo dieron todo. Se que no soy objetiva, pero fue su mejor actuación, no se amedrentaron ante más de 100 personas, y salieron a ganar. Lo gritos y aplausos se oían a raudales y ellos no solo actuaron, sino que disfrutaron, y con ellos todos los demás.
Y ganaron, y nosotros nos tuvimos que oír unas mil veces y con rintintin “con que no íbamos a ganar ¿eh?”, y nos dieron una lección a todos de constancia, de ilusión, de lucha, de confianza, porque ellos no dudaron nunca de sí mismos, fuimos nosotros los que dudamos de las circunstancias.
Así que una vez más mis grandes maestros me han enseñado que no hay que rendirse nunca, a pesar de lo que digan los demás, a pesar de las circunstancias, siempre hay que luchar hasta el final y que nunca fue tan cierto el refrán “Quien la sigue la consigue“.