“- Sergio cariño, tenemos que hablar– Le digo muy seria a mi hijo el mayor.
– ¿De qué mamá?– Me contesta, quizá más serio que yo, creo que se espera lo peor.
– Pues de la Navidad– Indico con tono melancólico ya que no quiero tener la temida conversación que va a poner fin definitivamente a la magia de la Navidad para mi hijo preadolescente.
– Ahhh, no, ya sé de qué quieres hablar– Me dice escurriendo el bulto.
– Sergio no te escondas, que ya no te puedes hacer el que no sabe nada durante más tiempo– le grito desde la otra habitación, ya que ha salido corriendo.
– Ya lo sé todo, así que no hace falta que me digas nada– Increpa malhumorado.
– Bueno, pero tendremos que hablar ¿no?– Insisto.
– Tenemos que hablar, tenemos que hablar… pues si ya está todo claro. Los Reyes son los padres, ya te lo digo yo, pero disimulemos un año más y no le rompamos la ilusión a Nacho.”
Este es el momento en el que no se si mi hijo Sergio es todo corazón, o más bien escurre el bulto para no tener que enfrentarse a aquello que no le gusta de la realidad.
Y es que un año más tenemos las Navidades encima, y empieza la cuenta atrás para las celebraciones, las compras, los compromisos, los regalos, los amigos invisibles, las cenas de empresa, de amigos, de conocidos y de familiares. Las vacaciones escolares, las visitas a belenes, ferias, mercadítos y la búsqueda de planes para entretener durante 15 días a los pequeños grandes maestros.
Y a mí se me junta con que no tengo vacaciones laborales, además de tener que diseñar nuevos cursos, preparar las clases de mis queridos adolescentes, nuevas charlas, talleres, monográficos etc.
Así que sí, este es el momento que afirmo rotundamente que la Navidad me estresa. Si a eso le añado mi tendencia a la melancolía puedo decir que no estoy precisamente muy ilusionada con la llegada de estas fechas.
Y no soy la única, he leído que el 64% de los españoles se estresa en Navidad, y que las visitas al psicólogo aumentan un 35% tras finalizar las mismas, lo cual me hace pensar que algo no estamos haciendo bien en todo este torbellino de celebraciones, regalos y compromisos.
Calles iluminadas, escaparates de comercios decorados, mercados temáticos, villancicos en la radio, anuncios de juguetes o preparación de comidas típicas, son algunos de los elementos que nos indican que estamos en Navidad, pero también hay que tener en cuenta todas las situaciones que estamos experimentando y que nos generan una serie de emociones contrapuestas.
Pensar que hay que vivir la Navidad desde una posición de alegría es rígido porque cada persona tiene su momento vital y debe ser respetado. Tenemos que identificar como nos sentimos, encontrar el motivo que nos hace sentir así, y regular nuestras emociones intentando adaptarnos a la situación, sin que ello implique camuflar nuestro estado de ánimo.
Y es que hay que respetar las emociones y sentimientos de cada persona ya que son individuales y en la mayoría de las ocasiones circunstanciales, por lo que presionar a que los demás se sientan de una u otra manera acaba generando que se aparten de nosotros o que rechacen incluso más estas fechas navideñas.
Así que este año creo que voy a relativizar, y no darle a estos días más importancia de la que realmente tienen. No se necesita de Navidad para reunirse con los seres queridos, tener un detalle con una persona querida o solucionar un conflicto pendiente, y sobre todo me voy a dar la oportunidad de poder tener una actitud diferente, según mis emociones, sin sentirme culpable o extraña, simplemente siendo compasiva conmigo misma y con los demás.