“- Mamiiiiiii- Grita Nacho nada más levantarse.
– Queeeeeeeeeeeeee– Contesto yo imitando su tono.
– Esta noche viene Papa Noel– Sigue gritando.
– Si cariño, y esta noche a cenar con la familia– Le digo para que vaya haciéndose a la idea del orden de los acontecimientos.
– Y este año ¿dónde cenamos?– Pregunta con curiosidad
– En casa de los tíos- Le digo con alivio, este año me he librado.
– Ohhh que guay, jugaremos a las tinieblas de la noche– Me dice emocionándose.
– Si como todos los años desde que naciste– Le indico riéndome, y es que da igual que los primos ya tengan 23 años, 22, 18 ó 14…, mientras haya un pequeño seguirá la tradición de destrozar una habitación jugando a las tinieblas.
– Sabes que mami, espero poder jugar toda la vida con los primos en Nochebuena– Responde con voz angelical.
– Yo también lo espero cariño, yo también lo espero.”
Este es el momento en el que me gustaría que se paralizara el tiempo, y que mi hijo no siguiera creciendo para que siempre hubiera un pequeño en la familia.
Y es que un año más, nos reunimos en torno a una mesa, toda la familia con ciertas ausencias significativas y esperando poder pasar una noche divertida.
Diecisiete personas, cada uno con su carácter, con su forma de ver y sentir la Navidad, con sus deseos, sus creencias y toda una mochila de ideas respecto a lo que tiene que ser una cena de Nochebuena.
Y es que desde pequeños nos han vendido la idea de la Navidad, en torno a una mesa repleta de comida, rodeada de todos los miembros de una familia muy numerosa, riendo, emanando paz, amor y felicidad.
Todos son felices, no existen los malos rollos entre hermanos, los malos entendidos con los cuñados, los adolescentes agobiados de que les pregunten si tienen novi@, la madre agotada que ya no puede con sus años y solo quiere irse a dormir o el padre que con su autoridad quiere imponer su razón pese a todo. El primo puñetero, la nueva novia de papá al que los hijos no soportan, la madrastra buena, pero que no deja de ser madrastra, ¡ah!, se me olvidaban, y los suegros, esos que no soportan los yernos pero que no tienen más remedio que aceptar.
Sí, porque las reuniones esta noche a veces no son tan idílicas como nos han hecho creer, y dado que esperamos una cena de película, las expectativas a veces se rompen, y parece que el fracaso y la culpa empiezan a rondar por encima de cada uno de los comensales.
Y yo hoy la verdad es que me siento infinitamente agradecida de lo que pueda llegar a acontecer esta noche, a pesar de tener ausencias tan señaladas como mis padres, de los que me acuerdo especialmente en estas fechas, uno por su falta de humor cuando mi hermano le gastaba alguna broma, y otra por las lágrimas que brotaban de sus ojos año tras año al leer las felicitaciones que le escribíamos primero sus hijos, y luego sus nietos. Ausencia señalada la de mi hermana, que por circunstancias no puede pasar esta noche con nosotros, pero que esperamos con emoción verla el día de reyes.
Y como digo a pesar de estas ausencias puedo agradecer no pasar esta noche, buscando a gente querida como lo harán los afectados por el Tsunami de Indonesia, o subida en un barco esperando que algún país me acoja como lo pasaran los más de 300 migrantes en el “Open Arms”, o llorando que me hayan arrebatado un ser querido como lo hará la familia de Laura Luelmo.
Esta noche yo podre disfrutar de mis hermanos, de mis sobrinos, de mi familia, y quizá haya algún malentendido, alguna broma pesada, alguna palabra fuera de lugar, o quizá no, pero pase lo que pase, yo solo podre agradecer que un año más puedo celebrar la Navidad.