“- Ya está bien– Grito perdiendo el control de la situación.
– No voy a tolerar ni una vez más esa forma de hablaros entre vosotros– Les digo muy seria.
– Pero mama, es que ha empezado él a insultarme– Dice Nacho de forma impulsiva.
– Y él está molestándome todo el rato– Increpa Sergio, haciendo acopio de toda su rabia.
– Me da exactamente igual quien haya empezado y quien haya continuado, se acabó– Indico señalando con el dedo.
– Mamaaaaaa– Dicen los dos a la vez, nerviosos por hablar primero.
– He dicho que se acabó, tú, a tu cuarto, y tú a la cocina y no quiero oíros en un buen rato– Digo mirándoles fijamente, yo diría que con cara de loca.
– Mamaaaaaaaaaaa- Me grita Nacho desde la habitación al cabo de un rato.
– ¿Puedo salir ya?, yo sé que aunque estas enfada conmigo, tú me quieres…
Y una vez más mi hijo el pequeño intenta utilizar el chantaje emocional conmigo, y lo peor de todo es que la mayoría de las veces yo no me doy cuenta y caigo.
Este fin de semana he tenido el seminario de la formación Gestalt que este año estoy recibiendo. El tema se las traía…”Mecanismos de defensa y evitación”. El hecho es que acabamos “trabajando” los introyectos de mamá y papá, y es que cada vez que se trata el tema de los padres… sale un temazo.
¿Qué son los introyectos? Como nos lo definió nuestra profe, “son aquellas ideas, creencias o valores que las personas nos tragamos sin masticar”. Esas ideas o creencias que se aprendimos a temprana edad y que provienen de una persona emocionalmente significativa para nosotros, como puede ser alguno de nuestros padres, abuelos, profesores o cualquier otra persona a la que considerábamos como una autoridad moral.
Claro, ponerte a recordar todo aquello que en un momento dado te dijo tu madre o tu padre y que crees que te ha marcado (normalmente de forma negativa) pues divertido, divertido, la verdad, no fue.
Y es que no llegamos a ser conscientes de las muchas ideas que hemos llegado a creer a pies juntillas, como si fueran verdades absolutas, y que han ido condicionando nuestra vida, en nuestra forma de actuar, y ahora me doy cuenta, en nuestra forma de educar.
Pero esto os lo cuento porque tras trabajar ciertas creencias que han marcado mi vida, ideas que consideraba como mías, y que hasta que no empecé a cuestionarlas no fui capaz de soltarlas, ideas que si bien en ciertos momentos me habían sido útiles, ahora no me servían y me estaban impidiendo desarrollarme como persona, y tras acabar uno de los ejercicios del seminario, una compañera me pregunto “¿tienes miedo de que tus hijos, el día de mañana, tengan que pasar por esto?” Y cuando digo “esto” me refiero a ejercicios terapéuticos que si bien abren heridas, también las sanan.
La pregunta fue para reflexionar…porque claro, yo sé que hay cosas que no voy a repetir, tengo claro que ideas que a mí me inculcaron, y que sin darme yo cuenta fueron determinantes en mi crecimiento, en mi adolescencia, en mi juventud y que ahora aun cuando me despisto y me asaltan, soy consciente de ellas y no dejo que dominen mi vida, esas, sé que no las voy a transmitir, perooooo, ¿habrá otras?
La respuesta, por más que me pese, es afirmativa, rotundamente sí.
Y es que con la maternidad me he dado cuenta de que mis padres hicieron lo que pudieron, hicieron lo que ellos creían que era lo mejor para mí, y que aunque se equivocaron en determinadas cosas, nunca tuvieron la intención de dañarme, igual que yo no la tengo con mis hijos.
Porque a veces lo más tonto, se puede convertir en un arma de doble filo, sin darnos cuenta podemos estar queriendo inculcar a nuestros hijos algo determinado, y que ellos lo perciban como otra cosa totalmente distinta.
El otro día tuvimos una conversación familiar con mis hijos referente a la importancia del respeto, pero no solo a los mayores, como sus abuelos o sus profesores, sino el respeto a sus amigos y el respeto entre hermanos. Un rato después viendo una peli, mis hijos empezaron a hablar y la conversación iba subiendo de tono poco a poco, pero de pronto Sergio cambio radicalmente y empezó a hablar con cariño y respeto a su hermano pequeño. En ese momento su padre le dio la enhorabuena, y puso la coletilla… “como se nota que hemos hablado con vosotros”. En ese momento, Sergio se sintió ofendido, y nos dijo “como siempre parece que es por vosotros y no por lo que yo haga”.
Lo que me llamo la atención de esta anécdota, es el “como siempre”. ¿Qué hemos ido diciendo que él está asumiendo algo que no hemos querido decir en ningún momento?
Por estas cosas me doy cuenta, y cada día mas, de que hago lo que creo mejor para ellos, pero que me voy a equivocar una y mil veces, que con mis palabras seguro que alguna vez les hare daño y que con mis actos les influiré, unas veces para bien y otros para no tan bien.
Y lo único que espero es que cuando sean adultos cuestionen todo aquello que creen que no les es válido, que lo desechen y se queden con aquello que les haga desarrollarse como personas, aquello que les lleve por el camino que ellos quieran, aquellos que les lleve a su felicidad, y sepan perdonarme por todos los errores cometidos, que tengan claro que todo lo que hice fue porque creí que era lo mejor y que nunca duden del amor infinito que siento hacia ellos, y que como ellos me dicen : “ yo sé que me quieres, aunque te enfades conmigo”