“- Sergioooooo – Grito una vez más llamando a mi hijo preadolescente al que parece ser, que las hormonas también le han afectado su capacidad auditiva.
– Mama, he dicho que me dejes en paz – Contesta mirándome con desafío.
– Pues la verdad es que para mí sería mucho más fácil dejarte en paz, pero no puedo porque te quiero – Gran frase, pero ahora me doy cuenta de lo incomprensible que puede resultar para un adolescente.
– Mama, es que me agobias – Sigue reafirmándose en su malestar.
– Pues siento mucho si te agobio, pero es mi obligación como madre velar por ti, cosa que parece ser que lo estoy haciendo fatal porque te agobio – Ala, ya me ha salido mi vena de madre victimista.
– Es que eres muy pesada, y ahora estoy enfadado y paso de escucharte – Dice dando media vuelta y saliendo de la habitación.
– Sergio, vuelve, no me dejes con la palabra en la boca…”.
De como las conversaciones amorosas se han convertido en una lucha de poderes y de como me siento completamente perdida ante tanto cambio hormonal.
Y es que a veces se hace todo un poco cuesta arriba, y es en esos momentos en los cuales yo me pregunto si todo es tan complicado o soy yo la que me complico mi existencia, y no solo la mía, sino también la de los demás.
He probado toda clase de tácticas respecto a los estudios de mis hijos y tengo la sensación de que ninguna ha funcionado, y no se bien si es porque yo no he sabido hacerlo, porque a ellos le han dado igual y han pasado de mí y de mi manual de “super nany “o bien porque, la verdad es que muchas de ellas no me las creía ni yo.
Y es que por ejemplo el otro día decidí dejar que mi hijo preadolescente se organizara él solo su tiempo de sus estudios, las materias que tiene que estudiar en función de la cronología de sus exámenes, los trabajos que tiene que entregar, y tras dos o tres días de observar que no iba bien encaminado y que se le iba acumulando la faena, empezó a generarse en mi interior un bicho que me iba envenenando, porque lo cierto es que me había propuesto no decirle absolutamente nada, y lo estaba cumpliendo, pero esas palabras que no salían de mi boca para “ayudarle” (aunque él no lo perciba así) en su organización, me las guardaba dentro de mí, pero me taladraban mi cabeza.
Y claro, tras aguantar y aguantar, al final el globo exploto, y fue peor el remedio que la enfermedad, porque en dos minutos solté por mi boquita lo que llevaba callándome tres días, así que imaginaros como acabo el asunto estudiantil entre mi hijo y yo.
Y tras el tsunami que paso por mi casa y que nos arrastro a los dos, mi capacidad de discernimiento entre lo que debo hacer y lo que quiero hacer quedo complemente anulada.
Porque por mucho que quiera dejar que sea él, el que tome las riendas de su responsabilidad académica, no puedo olvidarme de sus características como persona, y lo que es, es, y mi hijo preadolescente es inteligente, amoroso, sensible, dulce, imaginativo y hasta responsable, pero también es despistado, tiende a la ensoñación, olvidadizo y claro esto unido a los cambios que esta experimentando pues se multiplica por cien.
Y creo que es aquí donde a veces fallamos los padres, queremos aplicar las teorías, las técnicas y las practicas que nos van enseñando o que simplemente oímos que han funcionado en otros, a nuestros hijos, sin tener en cuenta las peculiaridades de cada uno de ellos. Y sí, a lo mejor mi hijo tendría que organizarse mejor en función de su edad, pero no por sus características, por las que posiblemente necesite mas tiempo de aprendizaje e incluso de cierto grado de madurez.
Pero yo me he emperrado en que es ya mayor, en que tiene que organizarse solo, en que tiene que saber emplear su tiempo libre…, pero vamos a ver, Loreto, si tu misma con tus cuarenta y tantos a veces te organizas peor que él, y no solo eso, sino que a veces te quedas enganchada a una serie y dejas de hacer cosas que deberías haber hecho.
Así que, una vez más, he aprendido lo absurdo que es querer cambiar a los demás, e intentar que sea como yo quiero que sean. Y es así como me he dado cuenta de que mi hijo es como es, por ahora, y que necesita de mi ayuda, pero desde la comprensión, y porque no decirlo desde la compasión, y que por mucho que yo quiera aplicar diferentes técnicas que a otros le han dado resultado, la única que a mi me va ayudar es la técnica que nazca de mi corazón de madre, de mi intuición de saber como es mi hijo y de mi amor incondicional hacia él.